O que vem à rede Sara Figueiredo Costa 28 Junho 2022
Bob Dylan e Patti Smith, Greenwich Village 1975 © Ken Regan/Ormond Yard Press

Dois gigantes
Sobre a amizade de Patti Smith e Bob Dylan, um artigo que é também um retrato de um mundo que talvez já não exista.

Fernando Navarro, crítico musical, traça no El País um perfil da amizade que une Patti Smith e Bob Dylan desde 1975. Nesse ano, Dylan assistiu a um concerto de Patti Smith no The Bitter End, clube nova-iorquino, e desde então tornaram-se amigos, partilharam canções, admiraram-se mutuamente e deixaram marcas profundas na cultura, na política e na sociedade, bem como em quem os foi escutando ao longo das últimas décadas. A dada altura, conta Navarro: «Un día en plena depresión, Patti recibió una llamada. Era Bob Dylan. Llamó a su amiga para que le acompañara en una serie de conciertos por Estados Unidos. Esta historia me gusta siempre recordarla con mi amigo Rafa Cervera, gran crítico musical y admirador de Patti Smith, que ya escribió de esta relación extraordinaria entre dos mitos del rock’n’roll. Como ella misma reconoció, Bob era el único que podía volver a convencerla de subir a un escenario. De esta manera, en 1995, Patti Smith acompañó a Bob durante siete noches y cantaron cada noche juntos una canción de él, “Dark Eyes”. Una canción que tiene estos versos: “Vivo en un mundo donde la vida y la muerte se recuerdan… Me da igual ese juego en que se ignora la belleza”. Patti no solo volvió a un escenario, sino que además se activó con la vida. Empezó a componer y, sobre todo, a escribir libros de poesía, memorias y ensayo. En definitiva, regresó y lo hizo con una fuerza de mares. Y Bob siguió a lo suyo, en su gira interminable, en sus discos obsoletos, en su misterio.»

Em 2016, quando Bob Dylan venceu o Prémio Nobel da Literatura e o mundo literário tremeu perante a blasfémia de distinguir um escritor de canções com o mais alto galardão das letras, foi Patti Smith quem se apresentou na cerimónia de entrega do prémio: «Patti cantó A Hard Rain’s A-Gonna Fall, una de las primeras composiciones que de adolescente se aprendió de Dylan, y se emocionó. Se tropezó con sus sentimientos y sus palabras y tuvo que parar la canción para volver a repetirla a los ojos de todo el mundo. Los cínicos vieron pose, otros muchos a una simple mujer mayor y nerviosa, otros tantos no entendían nada y quizá un puñado de locos vimos la belleza máxima de una amistad única. También la belleza máxima del arte de la música, ese arte de tradición oral que se comparte.» É sobre essa amizade única e a sua beleza que escreve Fernando Navarro, escrevendo também sobre o que une estes dois gigantes em cujos ombros não deixamos de nos apoiar, se não para compreender um mundo que parece cada vez mais incompreensível, pelo menos para o enfrentar devidamente.

→ elpais.com